sábado, 29 de noviembre de 2008

Perdiendo la dignidad

Es sábado. Nos levantamos tarde y no tenemos nada en los armarios de la cocina: Hay que ir a comprar. Como a Victoria le da mucha pereza y dice que "sin un vaso zumo no puede salir a la calle" hacemos un trato: yo voy a comprar unas cuantas cosas, entre ellas zumo, y ella comprará el resto por la tarde.

En fin, estoy en el supermercado, que se llama Tegelsmann pero es una especie de Dia, por el tamaño y lo apretados que están los pasillos, que en algunos no caben dos personas cruzándose. Estoy ahí mirando la lista y cagándome en Victoria porque me doy cuenta de que he sido engañado y me ha tocado comprar todo lo que pesa: harina, zumo, leche, azúcar, tomate triturado, etc. y en esas un alemán me llama la atención y me dice que algo pasa. Dejo la cesta en el suelo y el tío se pone a señalarla, hasta que me doy cuenta de que el azúcar se está vertiendo. Estupendo, le doy las gracias y el hombre se va. Miro el paquete de azúcar y queda menos de la mitad. Me quedo mirando el rastro que he ido dejando como Pulgarcito y la montañita de azúcar que tengo a mis pies. Se me ocurre darle unas pataditas en plan aquí no ha pasado nada pero sólo consigo empeorarlo. Decido abandonar la escena y salir de allí cuanto antes. Devuelvo el paquete de azúcar a su estantería y cojo otro. También está abierto. Me digo, coño, ya están estos alemanes con sus cosas raras, ahora paquetes de azúcar abiertos. Me lo llevo cuidando de que no se vuelque, lo voy mirando todo el rato y enderezándolo si se tuerce un poquito, como si llevase un pollito en la cesta.

Me pongo en la cola. Hay bastante cola los sábados. Espero allí, temiendo que en cualquier momento venga un empleado a decirme que la he liado con el azúcar, que han descubierto el estropicio y que no entienden por qué he vuelto a poner un paquete a medias con los otros paquetes en lugar de seguir a saber qué regla que desconozco que tienen los alemanes. Porque esto es así: hay momentos en los que sabes que estás violando una regla que desconoces, notas su peso, sabes que en cualquier momento alguien saldrá parloteando indignado, tú no entenderás nada y al final tendrás que decir: lo siento, lo siento, lo siento, como cuando atropellaron a Victoria. Hay que pedir perdón por todo.

Al final me toca el turno. La cajera es de las que le hacen un interrogatorio a cada cliente: Hola, buenos días, ¿Aquí empieza lo suyo? ¿Llega hasta aquí? ¿Tarjeta de cliente? ¿Pagará con tarjeta de crédito o en efectivo? ¿Quiere el ticket? ¿Quiere los puntos? Buen fin de semana. Preguntas que hay que estar concentrado para entender en alemán y responder con el monosílabo adecuado, so pena de quedarte mirándola con cara de tonto y que los de la cola se impacienten. Así que estoy concentrado en abrir una bolsa mojándome los dedos mientras la cajera me va lanzando preguntas y me siento como Pedro Duque cuando le mandaron en la prueba final resolver un puzzle mientras le preguntaban cosas en varios idiomas, y en esas dice Nicht gut! (¡no bueno!) y señala el paquete de azúcar abierto. Me dice que está abierto y que si quiero cambiarlo. A mí es que me da igual. Titubeo, le digo que se lo quede, se extraña y me vuelve a preguntar que si no quiero cambiarlo. Yo el azúcar no lo quiero para nada, es para el café de Victoria, a mí me da igual. Vuelvo a titubear, le digo que me lo llevo así, pienso que total yo lo he cogido sabiendo que estaba abierto y me parecía bien cuidarlo como un pollito. Pero ella se me queda mirando con unos ojos azules que parece que estén vacíos como si yo fuera de otro planeta. Le parece increíble que quiera llevarme un paquete de azúcar abierto y está flipando. Entonces, ya sin decir nada para no cagarla más, me vuelvo corriendo para adentro del super pidiendo perdón a cada uno de la cola que se tiene que apretar a un lado para dejarme pasar, voy hasta el azúcar de las narices y allí veo que los paquetes de la primera fila están todos abiertos, pero que detrás hay cerrados. Cojo uno, me lo llevo a la caja, vuelvo a pedir perdón a toda la cola, me lo aceptan. Pago y me voy.

Pero esto no es todo. Estoy volviendo a casa llevando una bolsa grande en cada mano y pensando en el azúcar y pasa por al lado mío un tío que es idéntico a un francés MUY gilipollas que conocimos en Suiza. Pienso en qué haría si me lo encontrase, en si le saludaría, o si pasaría de él o qué hacer si te encuentras con alguien al que no aguantas en otro país. Y decido que le sacaría la lengua. Pensando en esto, y como estoy solo, se me ocurre sacar la lengua así como los niños pequeños y apretando las cejas. No sé, simplemente se me pasa por la cabeza y lo hago. Y cuando tengo la lengua apretada y toda fuera de la boca miro delante mío, a dónde está apuntando mi lengua y hay un coche aparcado en batería con dos señoras dentro mirándome de frente, y yo les estoy sacando la lengua. Entonces no sé qué hacer. Empiezo a hacer cosas con la lengua como si me doliese, o tuviese un problema, o a lo mejor como si fuese retrasado, porque es mejor parecer retrasado y dar penita que parecer un absoluto gilipollas que les está sacando la lengua como si tuviese cinco años.

Llego a casa y resulta que con todo el rollo del azúcar se me ha olvidado mirar la lista y me he dejado el tomate triturado, que era lo más fundamental de todo porque es la base de la comida que vamos a hacer, y tengo que volver al supermercado. Decido ir a otro que está más lejos para no volver a encontrarme con el rastro de azúcar y aquella cajera y que piensen que soy el perturbado de la calle. Compro algunas cosas más, entre ellas unas tijeras de cocina. En fin, ya que estoy acabo haciendo la compra de Victoria porque es tontería estar allí, en un supermercado lejos de casa, no comprar más que un bote de tomate y volvernos los dos solos, el bote y yo, solo para putear a Victoria y forzarla a bajar a comprar luego.

Y ya lo último, llego a casa, miro las tijeras de cocina que he comprado y resulta que han puesto un cordoncito de algo bastante resistente que para cortarlo necesitas unas tijeras. Y pienso que estas tijeras son como Victoria, que para ir a comprar zumo necesita beberse un zumo. Y así empieza el día.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

El arte de ser jefe

Hoy se suponía que tenía que presentar un pogramilla que hice hace unas semanas. Presentación que, por cierto, estuve preparando ayer hasta las mil. El sueco, que se va la semana que viene (una pena, muy majo), también presentaba algo hoy. Su presentación ha sido interrumpida por varias conversaciones entre el jefe de departamento y otro trabajador, una de ellas larguísima, del tipo:

Jefe: "Esto es así porque blablabla"
Trabajador: "No, yo creo que es así porque blablabla"
Jefe: "No, es así porque..."
Trabajador: "Eso es cierto, pero en realidad es así porque..."
Jefe: "No, ..."
Trabajador: "Sí, ..."

Así hasta que un tercero ha tenido que intervenir y decir que había que dejar hablar al pobre sueco (y descansar a los demás, Housbru estaba dando unos cabezazos de escándalo).

Pero el sueco al menos ha presentado, cosa que no me ha sucedido a mí. Cuando ha acabado, el jefe de departamento (ese gran amante de los estudiantes y gente que no pertenece realmente a la empresa en general) ha dicho "Me tengo que ir, dejamos la presentación de Verónica para la semana que viene." Todos hemos entendido que se refería a mi presentación, Housebru ha dicho "Bueno, o mejor dejamos la presentación de Victoria para la semana que viene" ("indirecta" que el jefe no ha entendido y ha habido que explicarle, pero que a todos los demás nos ha hecho mucha gracia), y nada, hasta la semana que viene.

Luego te piden perdón en su nombre, se ríen de él a sus espaldas continuamente... Pero ahí está de jefe.

Hoy me piro a las cuatro.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Primeros copos

Encuentros

Desde que estoy aquí tengo la impresión de que el porcentaje de gente rara con la que me encuentro por la calle es mucho mayor de lo que era en Barcelona. Tiendo a pensar que se debe a que uno está más alerta por encontrarse en un sitio desconocido, y se fija más en todo. Vamos, que normalmente considero que allí había la misma cantidad de gente hablando sola, haciendo eses al andar o parándose de cara a una pared para mirarla fijamente, solo que yo no me daba cuenta. Pero estoy empezando a creer que no puede ser solo eso, porque hay ciertas cosas que, por confiada que ande yo por Barcelona, habría notado.

Me siento a las nueve de la mañana en el metro. Mirando al trozo de suelo que me ha tocado delante, veo unos zapatos de mujer, un poco viejos y un poco sucios. También un trozo de piernas y el principio de un abrigo. Levanto la vista y aparece un enorme abrigo de visón, de los que solo había visto en películas. Sigo subiendo y cuál es mi sorpresa al descubrir que la cabeza de la persona portadora del abrigo también es de película: de Braveheart, concretamente. Un hombre con el pelo largo, ondulado, sucio, con barba de días, sin maquillar y probablemente sin duchar.

No sé..., uno está preparado para encontrarse un travesti, pero no un hombre de las cavernas con un abrigo de bisón. Yo juraría que en Barcelona no había cazadores de mamuts en el metro a las nueve de la mañana.

jueves, 20 de noviembre de 2008

A petición de Eva


Y eso que el campo estaba mucho mejor que el primer día... En fin, es una pena, pero estuvo genial. Hay que ir al quinto coño, atravesar un descampado gigante sin una puta luz que en España no se me ocurriría pisar, hoy aguantarse con dolores varios... Pero me encanta. Palos a gusto no duelen, que dice mi madre.

martes, 18 de noviembre de 2008

Anda que no molan


Para recordarlas después de su paso por el barrizal...

domingo, 16 de noviembre de 2008

Fútbol :)

El otro día me decidí a googlear "Munich football women" y voilà, apareció un equipillo femenino de fútbol que no me puede venir mejor: llevan solo un año jugando (no solo como equipo, bastantes de ellas no habían visto un balón en su vida), esta temporada juegan su primera liga, y hasta ahora han perdido todos los partidos de paliza (han empatado uno, a cero). Todo esto pueden parecer desventajas, pero cuando llevas 5 años sin tocar un balón, son estupendas noticias. Hagas lo que hagas, no puedes empeorar la situación.

Lo único malo es que la primera mitad de la liga ha acabado justo hoy, y hasta abril no empieza la segunda vuelta. Pero bueno, aún quedan un par de entrenamientos y creo que en febrero o así empezarán otra vez. Después de tanto tiempo sin jugar, puedo esperar dos meses más.

Por cierto, juegan a fútbol de verdad. Bueno, a fútbol 7, para ser más exactos. Pero vaya, que se juega en césped. O al menos se juega en césped cuando no se juega en casa, porque en casa lo que tienen, tenemos, es un barrizal. El miércoles aparecí allí para mi primer entrenamiento con mis bambos normales y corrientes. Y aprendí una cosa: unos bambos normales, en un palmo de barro, se convierten en unos patines. Conseguí no caerme ninguna vez, pero me lo tuve que currar.

Así que mañana voy a comprarme mis primeras botas de tacos. Nunca es tarde, se supone. Desde luego ilusión no me hace poca. :)

lunes, 10 de noviembre de 2008

Cosas que no hay que olvidar

Dos máximas que es recomendable tener en mente para evitarse sorpresas:

1. El hecho de que una persona haya estudiado una o varias carreras de las consideradas "difíciles" nunca excluye la posibilidad de que esa persona sea subnormal. Especialmente comprobado en ingenieros.

2. No importa el grado de subnormalidad y la ausencia de virtudes mostradas por un tío: siempre es posible que su novia esté buena, sea simpática, educada, agradable y parezca lista. No tengo constatación, pero seguro que es extensible a cualquier combinación novi@-novi@.

lunes, 3 de noviembre de 2008

El gnomo

En nuestra escalera vive una especie de gnomo. Creemos que se dedica a mantenerla limpia, pero no está claro del todo. Cuando uno se tropieza con él, o más bien ella, no sabe si partirse el culo o cagarse de miedo. Según pasa el tiempo te vas decantando por lo primero.

El primer encuentro, sin embargo, fue considerablemente espeluznante. Me encontraba sola en el sótano, en la habitación de las lavadoras, tratando de averiguar en cuál de las tres cavidades colocar el suavizante y en cuál el detergente (¿por qué sobra una?), cuando una voz que no habría identificado como humana de no ser porque parecía pronunciar algún tipo de sílabas, me pegó un susto de los que uno sabe que le matarán algún día. Levanté la vista hacia la puerta y me encontré una especie de señora mayor de menos de metro y medio, pelo blanco despeinadísimo, nariz roja, ropa extraña y cara de escasa cordura. Para más inri, por algún motivo incomprensible, iba descalza (y con descalza quiero decir descalza, con los pinreles al aire).

El ser parecía tratar de decirme algo, porque abría la boca mientras miraba hacia mí, pero en la secuencia de sonidos que me llegaron no conseguí identificar ni una sola palabra del alemán (que es lo que uno espera que hable aquí la gente, por extraños que parezcan). Después de varios intentos de transmisión de información por ambas partes, mi interlocutora pareció entender que yo era alguien venido de España que viviría en el edificio por el momento. Lo de venir de España, aparte de parecerle tremendamente gracioso, provocó un cambio radical en su sistema de comunicación. A partir de ese instante decidió alargar cada sílaba hasta donde sus pulmones le permitían y acompañar cada palabra con un movimiento en el que intervenía todo el cuerpo, consistente en estirarse, manos en alto, por un momento, para después agacharse, bajando los brazos y doblando las rodillas en la medida de lo posible. El resultado fue que a partir de ahí sí que me fue imposible entender nada, a parte de: 1) le producía mucha risa y algo de desprecio que no entendiera alemán; 2) le parecía igual de factible aprender ella español que el hecho de que yo pudiera mejorar mi alemán.

Posteriormente nos la hemos vuelto a encontrar en varias ocasiones más. En todas ellas, trata de comunicarnos algo con ese sistema que implementó ad hoc el primer día, mientras nosotros la miramos con la sonrisa que uno pone cuando ni entiende nada ni tiene esperanza de conseguirlo. Hasta que al final, cansada de su infructuosa gesticulación y pronunciación, dice, esta vez con claridad meridiana: "¡Uuyyyyyyyyyy!, ¡¡qué mal entienden ustedes el alemán!!". Tras lo cual no nos queda más que huir, hasta la siguiente aparición.