sábado, 18 de octubre de 2008

El alemán

El lunes pasado tuve una caída volviendo del trabajo con la bici. Y el viernes me atropellaron volviendo del trabajo con la bici. Pero no me atropellaron mucho, no hay que preocuparse. Cruzaba un paso de cebra con el semáforo verde para bicis y peatones, y un coche parado con el ámbar para él decidió arrancar justo cuando iba a pasar por delante. Aceleré, levanté los pies, me dió en la rueda de atrás, y todo acabó en una caída que estoy empezando a perfeccionar.

El hombre bajó del coche un poco asustado, porque me di un pequeño coscorrón con el semáforo, pero no fue nada. Ya había frenado con brazo y pierna izquierda, que han tenido una semana complicada; así que lo de la cabeza fue bastante menos que la típica hostia contra el armario abierto de la cocina.

De todas formas, su saludo, aunque con cara de preocupado, fue: "lo siento mucho, pero es que ibas en dirección contraria". Yo sabía perfectamente que iba por la acera que no hay que ir (se supone que hay que ir por el lado derecho), de hecho tenía intención de cruzar a la otra parte lo antes posible, pero tampoco es raro ver alguna bicicleta por la acera izquierda y, en cualquier caso, uno no considera que merece ser atropellado por esa mierda de infracción. Le dije que sí, que ya lo sabía, que lo sentía, que creía que estaba bien y que no se preocupara.

Increíblemente, solo pararon dos personas a ver cómo estaba: el conductor y un chico de unos 35 años. Los alemanes son así. En España, si un coche atropella a una bici, se forma un corrillo de veinte personas mínimo que discuten sobre lo sucedido desde el primer momento. En Alemania dan por supuesto que dos son suficientes.

El conductor, en cuanto comprobó que yo parecía estar bien, dijo que su coche había sido dañado. Tenía tres rasguños en el parachoques, bajo el foco derecho. Eran como los rasguños que tienen la mitad de los coches ahí, pero este hombre decía que no los tenía de antes. Imagino que era verdad.

El chico trató de mediar, y el conductor le gritó que se callara, que era su accidente y que él lo arreglaba. A lo que el chico le empezó a gritar de vuelta, creo que diciéndole que aunque yo fuera en dirección contraria él tenía que haberse asegurado de que no venía nadie. Le pregunté, antes de que se fuera, que si se suponía que era culpa mía, aunque hubiera sido en medio de un paso de cebra en verde para mí. Me dijo que seguramente sí.

En Alemania todo el mundo tiene un seguro. Un seguro que paga cualquier cosa que puedas hacer: si rompes un cristal en casa de alguien, por ejemplo. Uno en general piensa que estas cosas no suelen pasar, pero los alemanes ven una locura ir sin seguro por la vida. Por suerte (y un poco por casualidad), sí que tengo seguro durante estos meses, así que le dije al hombre que estuviera tranquilo. Se planteó durante varios minutos si lo mejor sería llamar a la policía, o cómo hacerlo. Al final, una vez que el chico se había ido y él estaba más calmado, se conformó con que intercambiáramos los teléfonos.

Uno puede pensar que este hombre era un poco hijo de puta, por atropellarme y luego preocuparse por el rasgullo del coche. Pero no, no lo era. Parecía un buen hombre. Solo es que era alemán. En España alguna señora le habría pegado por tratar de arreglar el rasguño del coche acogiéndose a una ley después de lo que había pasado; en Alemania una ley es una ley, dan igual las circunstancias.

Yo a estas alturas estaba completamente convencida de que la culpa había sido mía, claro. En el empanamiento de la hostia, y en alemán, te pueden convencer de lo que quieran. Aún así le pregunté que cómo era posible que no me hubiera visto, si igualmente tenía que mirar si venían peatones. Dijo que el ángulo era muy malo, que no hay por qué esperarse que venga una bicicleta desde la izquierda, y que mi bici es negra.

Cuando nos despedimos me dió a entender que era posible que no me llamara. Me dijo que lo sentía, que se alegraba mucho de que estuviera bien, que él tenía hijos de mi edad. Yo le dije que lo sentía también. Y así quedó la cosa.

Al llegar a casa llamé al seguro, y el español que me atendió había vivido 30 años en Alemania. Según él, en un paso de cebra la culpa no puede ser mía, da igual si iba en la acera que no tocaba. De todas formas, si el hombre llama y finalmente resulta que se considera culpa mía, pues pagan estos la pintura del coche, no hay problema. El del seguro pronostica que no llamará y, de hecho, aún no ha llamado.

Hay que decir que, gracias a la caída del lunes, me asusté bastante menos de lo que habría asustado si se llega a juntar que me atropellen por primera vez con caerme de la bici por primera vez. El cuerpo aprende muy rápido. Eso sí, lo del casco se ha convertido en urgente, por si continúa este entrenamiento involuntario.

4 comentarios:

Unknown dijo...

¿Un casco solo??Deberías plantearte en comprarte rodilleras,coderas e incluso un escudo por si acaso....jejjejejjeje. Porque con la racha que llevas no me fiaría yo mucho!!!

Vix dijo...

Pues sí, pues sí... La verdad es que una armadura completa sería más apropiado. Aunque joder, no lo diré muy alto, pero no debería tocarme otra vez, ¿no? :S

María dijo...

Nenaaa, cuídate, que si sigues de una pieza mejor :)

Vix dijo...

Ahora voy despacito y con mi casco recién heredado de alguien de la empresa bien puesto. :)